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Archivo Digital
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Copropietarios no reciben visitas por el temor de que suceda algo con la estructura del edificio.
“Las cosas están bien, el edificio está reparado, pero la gente no se quiere acercar demasiado, aún no”. Miguel Sánchez ríe mientras comenta que hasta el momento ninguno de sus amigos se ha animado a subir a su departamento.
“Dicen cosas como: ‘Y si se cae, y si se dobla, y si nos quedamos en el ascensor’”. Miguel explica que se ha acostumbrado a las burlas y a la desconfianza y que ya no le molesta ninguna de ellas.
El pasado 26 de julio se cumplió un mes desde el retorno de gran parte de los copropietarios del edificio El Alcázar, luego de que éste fuera evacuado en diciembre de 2012 al colapsar una de sus columnas.
“Recibo muchas excusas de mi novio, de mi mamá, del repartidor de pizza, nadie quiere ni acercarse a mi casa, a lo mucho llegan a la planta baja y ahí se sienten nerviosos”. Claudia Medrano pasa por los escaparates del edificio mirando lo que hay dentro. Hay un letrero que dice: “Uso obligatorio de casco”, que se quedó pegado a una de las columnas después de la reapertura del edificio.
“Todavía hay miedo, reservas sobre la estabilidad de la estructura, yo sólo sé que necesitaba volver a mi departamento, y que los ingenieros dijeron que todo estaba bien”, manifiesta mientras se acerca a la puerta.
Negocios, a media máquina
Dos tiendas ofrecen abarrotes, dulces y otros productos en la parte comercial del edificio que da a la calle Federico Zuazo, las tiendas están bien abastecidas y son espaciosas.
“Sin embargo, pasan la mayor parte del tiempo vacías de clientes”, cuenta un comprador ocasional, copropietario del edificio.
“Los vecinos compramos aquí porque es práctico, pero no se necesita ser un genio para ver que los peatones prefieren no acercarse mucho al edificio”.
Los vendedores concuerdan con el vecino, las ventas se han mantenido gracias a los habitantes del edificio, pero casi no llega gente externa, a menos que se trate de una emergencia.
“Antes los chicos del Don Bosco venían a comprar refrescos, al igual que los estudiantes de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA)”, se queja un vendedor.
Los consultorios y otros negocios en el interior corren la misma suerte, pues al haber estado cerrado por tanto tiempo -alrededor de seis meses- varios clientes ya no retornaron.
“Los dentistas que trabajan aquí reciben mucha menos gente que antes, el año pasado venían entre cinco y diez personas por día, ahora con suerte vienen tres o cuatro, en una buena semana”, dice una trabajadora del edificio.
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